Dimensiones del Camino.
Dante decía que “el Camino de Santiago es el grande principio glorioso”. En este sentido1, cabe preguntarnos: ¿Cuáles son los valores permanentes que nos ha legado la experiencia humano-cristiana del peregrino? ¿Qué antropología encierra? ¿Qué dice acerca del hombre y de la naturaleza? Cuestiones que no pueden ser ajenas al Camino de Santiago.
El Camino de Santiago que se recorre fatigosa y gozosamente a la vez, pertenece y es primariamente del caminante, del peregrino, del que tiene la conciencia de vivir en el exilio, sabiendo que nuestra patria es la ciudadanía de los santos. Este Camino ha configurado la realidad de una Europa con una ruta de estilos nuevos sin alardear de las rupturas con el pasado.
El Camino es peregrinación, es vía que el peregrino hace sin patria en el destierro de este mundo. Es como toda creación del hombre un signo y así, en última instancia, es figura de la vida humana. La fatiga del Camino ayuda a comprender al hombre “viator” que ha sido creado por Dios y liberado por Cristo. En este contexto el peregrino aprende a dar y a recibir, pues sólo es capaz de aceptar y de dar quien descubre que no lo posee todo y que la existencia es un caminar hacia su fin, que la vida es un camino. La experiencia religiosa de la peregrinación jacobea, teniendo como referencia al Apóstol Santiago, amigo del Señor, nos anima a trabajar para que crezcan los valores del espíritu, plasmando lo celeste en lo terreno, la eternidad en la historia como lo manifiesta el Pórtico de la Gloria.
La Espiritualidad del peregrino.
La Carta Pastoral de los Obispos del Camino de Santiago en 1988 comienza diciendo: «El Camino de Santiago que conduce a la Tumba del Apóstol Santiago […] ha vuelto a cobrar inusitada actualidad en los últimos años. El número de peregrinos que lo recorren al tradicional estilo de la venerable peregrinación medieval, junto a aquellos que lo hacen valiéndose de modernos medios de locomoción, crece constantemente; lo mismo ocurre con el interés que suscita en los círculos literarios, culturales más acá y más allá de nuestras fronteras»2.
En una época como la actual marcada por el desasosiego humano y la incertidumbre dramática que generan la pérdida del sentido religioso, la insolidaridad y la violencia cabe preguntarse si todavía puede haber lugar para el contenido doctrinal permanente y genuino de la peregrinación cristiana. Si analizamos los datos estadísticos disponibles de la peregrinación jacobea, podemos constatar que en el Año Santo de 1993 se expidieron 99.436 “certificados de peregrino”, en los que se acredita que cada peregrino ha recorrido a pie al menos 100 kilómetros de los antiguos caminos medievales de peregrinación. En el año santo compostelano de 1999 fueron expedidos 154.613 y en el último de 2004 alcanzó la cifra de 179.944. Asimismo, la evolución del número de peregrinos que de otras formas han llegado a Santiago, ha ido siempre en aumento.
Todo indica que las personas buscan echar raíces en el suelo firme de lo sagrado. Parece que los lugares de peregrinación responden a esta profunda necesidad antropológica. La misma peregrinación refleja no sólo la más fundamental realidad de la Iglesia peregrina, sino la realidad de la humanidad misma en camino hacia el misterioso más allá. Santiago de Compostela, como todos los demás lugares de peregrinación, no es, pues, fin en sí mismo, sino que actúa como umbral que da acceso a una nueva forma de vida con una connotación religiosa y espiritual. “Peregrinar es mucho más que un deporte, mucho más que una aventura, mucho más que un viaje turístico, mucho más que una ruta cultural a través de monumentos admirables, testigos silenciosos de una historia secular. Sin negar el sentido específico de los motivos indicados, la peregrinación posee un alma humana y cristiana, amortiguada la cual pierde su íntima elocuencia, su llamada a desperezar el espíritu, su capacidad fraternizadora de hombres y pueblos. Sin alma el camino sería una realidad inerte”3.
Peregrinar a la Tumba del apóstol Santiago es imagen y metáfora de la vida del hombre que, encontrándose con la fe apostólica, anhela la paz y el sosiego después de vagar por el mundo, esperando gozar un día de la felicidad eterna. Hasta entonces vive esa sensación de exilio, constatando la dureza del camino con el peso de la soledad y de la duda, del sufrimiento y del gozo. La espiritualidad del éxodo es la del hombre que lucha por liberarse de toda opresión hasta conseguir la tierra prometida, recordando como dice san Juan de la Cruz, que “para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes; para venir a poseer lo que no posees has de ir por donde no posees; para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres”. La parábola del Hijo pródigo es el arquetipo de la peregrinación donde se describe el alejamiento que precede al retorno y a la conversión. También lo es la parábola de la oveja perdida, en la que en su retorno a la casa del Padre Cristo la trae sobre sus hombros. La peregrinación es un caminar guiado por Cristo y encaminado hacia él.
El espíritu de la peregrinación lleva consigo dejar la propia tierra y la parentela para ir lejos, es decir ir más allá de lo inmediato, de lo que uno conoce y posee, abriéndose a la trascendencia. No hay salida de lo propio sin la vivencia de la austeridad y de la generosidad. El autor de la carta a los Hebreos elabora una de las más hermosas representaciones teológicas de la peregrinación cristiana cuando escribe: “Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para un lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber donde iba. Por la fe peregrinó por la Tierra Prometida como en tierra extraña, habitando en tiendas, lo mismo que Isaac y Jacob, coherederos de las mismas promesas. Pues esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb 11,8-10). Sólo el que espera puede considerarse peregrino quien al igual que Abraham, sigue el ardiente deseo de su corazón y peregrina por el mundo, preguntándose a veces donde está Dios. La actitud orante que evoca la conversación de Abraham con Dios junto a la encina de Mambré (Gen 18,1-3), manifiesta cómo el peregrino se convierte en intercesor de los demás pueblos y hombres, y al mismo tiempo, en profeta pues ya entrevé cuanto había de suceder en el futuro. El auténtico peregrino cristiano es el que acoge desde la profecía en la historia la manifestación total de Dios en la persona de su Hijo encarnado, caminando hacia la verdadera patria, hacia la Jerusalén celeste, “pues no tenemos aquí ciudad permanente sino que andamos en busca de la venidera” (Heb 13,14).
La alabanza, la súplica y la confianza son manifestaciones del hombre en camino (Ps 120-134), que no se desentiende de la condición humana histórica y de sus compromisos de liberación y de promoción donde el cristiano tiene que favorecer la salvación de Dios y ser fermento de libertad, de fraternidad y justicia, con conciencia eclesial y con sentido de vida comunitaria.
El peregrino jacobeo contribuye eficazmente a la construcción de la Europa que tiene una referencia espiritual con sus principios morales y sociales, su cultura, su arte y su sensibilidad, es decir, la que tiene sus raíces en la tradición cristiana que la articuló profundamente en cada una de sus fibras.
El Año Santo Compostelano es expresión de una concepción determinada del hombre y de su relación con Dios, de la presencia de lo sacro en el corazón de nuestra civilización, de la distinción entre lo temporal y lo espiritual. Es una llamada a la esperanza cristiana que no es un ingenuo optimismo basado en el cálculo de probabilidades, y que ha de resonar desde la Casa del Señor Santiago, mirando “hacia arriba” y caminando “hacia delante”.
Algunos referentes para la acogida del peregrino: Sugerencias.
Publicaciones:
Libro litúrgico del Peregrino
Libro sencillo de servicios litúrgicos y devociones
Folleto catequético de preparación para la Peregrinación
Preocupaciones pastorales:
Acogida espiritual en los albergues
Lectura de la Palabra de Dios.
Lectura del Catecismo de la Iglesia Católica
Acompañamiento espiritual en el Camino:
Templos abiertos
Posibilidad de una atención espiritual
Participación de las Delegaciones diocesanas de la Juventud en la acogida de los peregrinos
Confesiones. Celebraciones comunitarias de la Penitencia con confesión individual.
Celebraciones de la Eucaristía en las Iglesias del Camino.
Encuentros y vigilias de oración u otros actos religiosos: Exposición del Santísimo, Via Crucis, Rezo del Santo Rosario, etc.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
1 Cf. E. ROMERO POSE, Raíces cristianas de Europa. Del Camino de Santiago a Benedicto XVI, Madrid 2006, 196-202.
2 El Camino de Santiago. Un Camino para la peregrinación cristiana, Santiago de Compostela 1988, nº 1.
3 R. BLÁZQUEZ PÉREZ, “Dimensión antropológico-religiosa de la peregrinación”, Compostela 6 (1995), 8-9.